Psicología y Psicoterapia Basada en Evidencia. La Ciencia al Servicio del Bienestar Psicológico.

El Concepto de Salud Mental: Algunas Fortalezas y Limitaciones

Este artículo explora la relevancia y las limitaciones del concepto tradicional de salud mental, destacando por qué no debe ser reemplazado por términos como "bienestar psicológico". A través de perspectivas contemporáneas, como la teoría de redes y la psiquiatría computacional, y apoyándose en el enfoque de la filosofía materialista de Gustavo Romero, se argumenta que la salud mental debe entenderse como un estado emergente y funcional del organismo en interacción con su entorno. Además, se proponen estrategias para refinar el concepto, integrando avances científicos y un enfoque transdisciplinario, con el objetivo de garantizar su aplicabilidad clínica, científica y social.

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Diego Castañeda - Maestrante en Ciencias del Comportamiento

1/15/202511 min read

El Concepto de Salud Mental: Algunas Fortalezas y Limitaciones

El concepto tradicional de salud mental, influido principalmente por el modelo médico-biológico, ha generado un debate considerable en la psicología contemporánea. Aunque críticas bien fundamentadas cuestionan su utilidad y aplicabilidad, es importante argumentar desde una perspectiva basada en evidencia para destacar los aportes de dicho concepto y sus posibilidades de adaptación, en lugar de descartarlo por completo. Desde una perspectiva filosófica, el materialismo nos permite reinterpretar el concepto en términos más precisos y funcionales.

Salud mental: una base necesaria para la intervención clínica

Si bien el modelo biomédico puede parecer reduccionista al enfocarse en disfunciones internas, su enfoque sistemático ha permitido desarrollar herramientas diagnósticas y terapéuticas estandarizadas. La definición de la OMS sobre salud mental, que incluye elementos de bienestar, capacidad de afrontamiento y contribución social, ofrece una base para intervenir en problemas psicológicos sin reducirlos únicamente a patologías. Este modelo también admite que la salud mental no es dicotómica, sino un continuo (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2004).

Desde la perspectiva del materialismo filosófico, la salud mental no debe entenderse como una entidad independiente, sino como un estado funcional del organismo, específicamente del sistema nervioso. Este enfoque reconoce que los procesos mentales son actividades del cerebro y el cuerpo, no entidades separadas. Por tanto, la salud mental es una descripción operacional de la capacidad del organismo para ejecutar funciones cognitivas, emocionales y sociales.

La crítica de que el modelo médico reduce las experiencias humanas a patologías ignora los avances que este enfoque ha permitido en el tratamiento de trastornos graves como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, los cuales difícilmente se entenderían sin considerar factores biológicos (Jackson & Haslam, 2022). Estos avances incluyen una mayor comprensión de las bases neurobiológicas de estos trastornos, así como el desarrollo de tratamientos farmacológicos y estrategias terapéuticas que han mejorado significativamente la calidad de vida de muchas personas que los padecen. Por ejemplo, en el caso de la esquizofrenia, se ha identificado que la hiperactividad en el sistema dopaminérgico puede contribuir a los síntomas psicóticos, lo que ha llevado al desarrollo de antipsicóticos que actúan modulando este sistema (Kapur & Mamo, 2003). De manera similar, el trastorno bipolar está asociado con desequilibrios en la actividad de neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y el glutamato, lo que ha permitido diseñar tratamientos farmacológicos específicos para estabilizar los episodios maníacos y depresivos (Geddes & Miklowitz, 2013).

Desde una perspectiva materialista, estos trastornos reflejan disfunciones específicas en sistemas biológicos y neuronales. Por ejemplo, la esquizofrenia está asociada con alteraciones estructurales y funcionales en regiones como la corteza prefrontal y el hipocampo, que desempeñan roles críticos en la toma de decisiones, la memoria y la regulación emocional. Por otro lado, en el trastorno bipolar, se ha identificado una actividad anómala en la amígdala, un centro clave para el procesamiento emocional, y en las conexiones con la corteza prefrontal, lo que puede explicar los cambios extremos en el estado de ánimo y el comportamiento (Phillips & Swartz, 2014).

Estas disfunciones no pueden entenderse aisladas del organismo ni de su interacción con el entorno. Aunque los factores sociales y psicológicos son importantes, su impacto se da a través de cambios en los procesos biológicos del cerebro y el cuerpo. Por tanto, el modelo médico no es inherentemente reduccionista, sino un marco que integra múltiples niveles de análisis, desde la biología hasta el contexto social, para abordar problemas complejos como los trastornos mentales.

Contextualización frente a simplificación

Las críticas al concepto de salud mental enfatizan la importancia del contexto sociocultural. Sin embargo, como señalan los modelos contemporáneos como la teoría de redes y los enfoques computacionales en psiquiatría, los factores biológicos, psicológicos y sociales no son excluyentes, sino interdependientes. Por ejemplo, la salud mental puede evaluarse considerando tanto las conexiones entre síntomas individuales como las influencias del entorno (Borsboom, 2017; Montague et al., 2023). Este enfoque multidimensional reconoce que los trastornos mentales no son entidades aisladas ni fenómenos que puedan ser reducidos únicamente a listas de síntomas independientes. En cambio, propone que los síntomas están interconectados en redes dinámicas, donde un cambio en un síntoma puede desencadenar o influir en otros. Por ejemplo, en la depresión, la fatiga crónica puede llevar al aislamiento social, lo que a su vez intensifica los sentimientos de desesperanza y tristeza. Estas interacciones crean un patrón complejo que requiere ser entendido como un todo, en lugar de tratar los síntomas de manera individual (Borsboom, 2017).

Además, Montague et al. (2023) subrayan que la evaluación de la salud mental no puede separarse del contexto en el que ocurre. Factores como el estrés crónico, las experiencias adversas o traumáticas, el apoyo social y las condiciones socioeconómicas tienen un impacto directo en las redes de síntomas y en su intensidad. Por ejemplo, una persona que enfrenta precariedad económica puede experimentar ansiedad, que, combinada con la falta de apoyo social, puede exacerbar otros síntomas como el insomnio o los pensamientos intrusivos. Este enfoque resalta que las redes de síntomas no existen en un vacío, sino que son moldeadas y sostenidas por el entorno.

El enfoque basado en redes también permite comprender mejor las diferencias individuales en la manifestación de los trastornos mentales. Dos personas con el mismo diagnóstico pueden tener redes de síntomas muy diferentes debido a sus experiencias de vida únicas y su contexto ambiental. Este nivel de personalización en la evaluación tiene implicaciones importantes para el diseño de intervenciones. En lugar de aplicar tratamientos estándar, los clínicos pueden identificar nodos clave en la red de síntomas de cada paciente, dirigiendo las intervenciones hacia los factores que tienen un mayor impacto en la mejora general del bienestar.

Cualquier modelo que pretenda explicar la salud mental debe integrar tanto los procesos biológicos como los contextos en los que estos operan. Las funciones mentales son inseparables del cerebro, pero estas funciones no ocurren en el vacío: el entorno y la experiencia modulan la actividad cerebral (Romero, 2018).

“Etiquetas” diagnósticas

El argumento de que las etiquetas diagnósticas "generalizan" las experiencias individuales pierde de vista que estas etiquetas no son meramente reductivas, sino que desempeñan un papel crucial como lenguaje común entre profesionales de la salud mental. Estas etiquetas permiten que psicólogos, psiquiatras y otros especialistas compartan información, coordinen tratamientos y diseñen intervenciones basadas en evidencia de manera consistente y efectiva. Por ejemplo, un diagnóstico de trastorno depresivo mayor describe un conjunto de síntomas, así como facilita el acceso a tratamientos validados científicamente, como la terapia cognitivo-conductual o el uso de antidepresivos (American Psychiatric Association, 2022).

Además, lejos de deshumanizar, un diagnóstico bien contextualizado puede empoderar a las personas al proporcionarles un marco para entender su sufrimiento. Al recibir una etiqueta diagnóstica, los pacientes obtienen claridad sobre lo que les ocurre, así como la posibilidad de acceder a recursos, apoyo y estrategias de afrontamiento que pueden transformar su calidad de vida. Este proceso de nombrar y categorizar un problema no elimina su complejidad, sino que permite abordarlo desde una perspectiva más informada y estructurada (Haslam, 2024).

Desde la perspectiva materialista, las etiquetas diagnósticas deben considerar la fenomenología de los síntomas, así como los procesos biológicos subyacentes y los factores contextuales que los modulan. Por ejemplo, un diagnóstico de trastorno de ansiedad generalizada no puede entenderse plenamente sin considerar la hiperactividad del sistema límbico, especialmente de la amígdala, así como el impacto de factores como el estrés crónico, el entorno laboral o las relaciones interpersonales. En este sentido, las etiquetas diagnósticas no deben verse como compartimentos rígidos, sino como constructos dinámicos que integran múltiples niveles de análisis: biológico, psicológico y social.

Las etiquetas diagnósticas son herramientas pragmáticas. Si bien es cierto que no capturan toda la singularidad de cada caso, permiten establecer líneas de base desde las cuales los profesionales pueden adaptar sus intervenciones a las necesidades específicas de cada individuo. Más aún, las etiquetas diagnósticas sirven como punto de partida para la investigación científica, facilitando estudios que identifican patrones comunes y diferencias individuales, lo que a su vez mejora el desarrollo de tratamientos más efectivos y personalizados.

Las etiquetas diagnósticas, cuando se utilizan con cuidado y en un contexto adecuado, no son deshumanizadoras ni reductoras. En cambio, son herramientas que, al combinar un enfoque basado en procesos biológicos y factores contextuales, abren la puerta a una comprensión más rica y a intervenciones más efectivas en la salud mental.

Problemas de salud mental: entre malestar cotidiano y patología

El concepto de "problemas de salud mental" ha sido criticado por diluir las líneas entre el malestar cotidiano y las condiciones clínicamente significativas. Sin embargo, esta ampliación también refleja un esfuerzo por reconocer la diversidad de experiencias humanas y por abordar dificultades antes de que se agraven. El continuo entre bienestar y enfermedad mental permite intervenciones tempranas que pueden prevenir la cronicidad (Hudson, 2024).

En este contexto, los modelos computacionales propuestos en la psiquiatría moderna ofrecen un enfoque dinámico al considerar los trastornos mentales como desviaciones de normas cognitivas o biológicas, evaluadas a través de sistemas bayesianos y teorías de aprendizaje. Este tipo de modelos son consistentes con la visión de la mente como una actividad o proceso cerebral: al identificar desviaciones funcionales, podemos intervenir de manera más precisa y efectiva (Montague et al., 2023).

El valor de mantener el concepto de salud mental

¿Qué podemos hacer con el concepto de salud mental? ¿Es viable cambiarlo por el concepto de “bienestar psicológico” u otro término alternativo?

Reemplazar "salud mental" por "bienestar psicológico" es una propuesta atractiva a primera vista, ya que resuena con una perspectiva más subjetiva y centrada en el individuo. Sin embargo, esta sustitución resulta insuficiente para abordar las necesidades del campo de la salud mental. "Bienestar psicológico", aunque útil en algunos contextos, carece de la especificidad y sistematicidad necesarias para guiar intervenciones clínicas, investigaciones científicas y políticas públicas efectivas. Este concepto corre el riesgo de minimizar la importancia de las disfunciones clínicas y su impacto en las personas y las comunidades.

La integración de modelos contemporáneos como la psiquiatría computacional y la teoría de redes ofrece soluciones para superar las limitaciones del concepto tradicional de salud mental. Estos enfoques permiten entender los problemas mentales como fenómenos dinámicos que emergen de la interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales. Por ejemplo, la teoría de redes considera los síntomas no como elementos aislados, sino como partes de un sistema interconectado, donde el cambio en un nodo puede desencadenar efectos en toda la red (Borsboom, 2017). Este enfoque fomenta tratamientos más precisos, dirigidos a las interacciones más críticas dentro de la red de síntomas de cada individuo.

El concepto de salud mental sigue siendo invaluable siempre que se entienda como un estado emergente y funcional que refleja la actividad integrada del cerebro y el cuerpo en un entorno determinado. Desde la perspectiva materialista, la salud mental no es una entidad abstracta ni independiente, sino una descripción funcional de cómo los procesos biológicos y neuronales del organismo interactúan para generar capacidades cognitivas, emocionales y sociales. Al redefinir la salud mental de esta manera, se puede retener su relevancia y aplicabilidad tanto en el ámbito clínico como en el científico.

Refinar el concepto de salud mental no implica descartar su legado, sino construir sobre él. Un enfoque más matizado podría incluir las siguientes estrategias:

  1. Integración de múltiples niveles de análisis:
    El concepto de salud mental debe reflejar la experiencia subjetiva de los individuos, así como los correlatos biológicos y sociales de estas experiencias. Esto incluye reconocer la influencia de factores como la desigualdad económica, las experiencias adversas, los contextos estresantes y el acceso a recursos, al mismo tiempo que se identifican disfunciones en sistemas biológicos clave, como el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal en el estrés crónico.

  2. Adopción de un marco transdisciplinario:
    Al combinar enfoques de la neurociencia, la psicología, la sociología y la filosofía, se puede enriquecer la comprensión del concepto de salud mental. La psiquiatría computacional, por ejemplo, utiliza modelos basados en datos para identificar patrones subyacentes en los trastornos mentales, lo que facilita intervenciones más personalizadas y precisas (Montague et al., 2023).

  3. Reconocimiento del contexto:
    La salud mental debe ser vista como un continuo dinámico que depende de la interacción entre el organismo y su entorno. Cualquier intento de redefinir la salud mental debe incluir un análisis del contexto en el que las disfunciones o capacidades emergen y se manifiestan.

  4. Educación pública y políticas informadas:
    Refinar el concepto también implica una mejor comunicación con el público. Esto incluye educar a las personas sobre las complejidades de la salud mental y su dependencia de múltiples factores, para combatir estigmas y fomentar un acceso más inclusivo a la atención psicológica.

Conclusión

El concepto de salud mental tiene un valor intrínseco como marco integrador para comprender y abordar las disfunciones psicológicas. Aunque es tentador adoptar términos como "bienestar psicológico", esto no debe hacerse a expensas de la especificidad científica y la aplicabilidad clínica. En lugar de desecharlo, el concepto de salud mental debe ser refinado y adaptado para reflejar las complejidades de las experiencias humanas, integrando los avances en ciencia, tecnología y filosofía. Entender la salud mental como un estado emergente y funcional preserva su relevancia y lo fortalece como una herramienta para mejorar la vida de las personas y las comunidades.

El concepto tradicional de salud mental tiene limitaciones, pero no debe ser descartado. En cambio, puede enriquecerse con modelos más complejos y matizados, como la teoría de redes, los enfoques transdiagnósticos y la psiquiatría computacional, que consideran tanto factores contextuales como biológicos. La salud mental no es una entidad ontológica independiente, sino una descripción funcional de las actividades del organismo. Una psicología basada en evidencia debe aspirar a equilibrar la especificidad diagnóstica con el reconocimiento de la diversidad humana, garantizando intervenciones efectivas y respetuosas.

Referencias

American Psychiatric Association. (2022). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed., Text Revision). APA.

Borsboom, D. (2017). Network analysis of psychopathology: Reinterpreting comorbidity as a network of interacting symptoms. World Psychiatry, 16(1), 5-13.

Geddes, J. R., & Miklowitz, D. J. (2013). Treatment of bipolar disorder. The Lancet, 381(9878), 1672-1682. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(13)60857-0

Haslam, N. (2024). Ill-defined: Concepts of mental health and illness are becoming broader, looser, and more benign. Journal of Mental Health Studies, 30(2), 123-135.

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Montague, P. R., Dolan, R. J., Friston, K. J., & Dayan, P. (2023). Computational psychiatry: New perspectives on mental illness. Nature Neuroscience, 16(4), 492-498.

Organización Mundial de la Salud (OMS). (2004). Promoción de la salud mental: Conceptos, evidencia emergente, práctica. OMS.

Phillips, M. L., & Swartz, H. A. (2014). A critical appraisal of neuroimaging studies of bipolar disorder: Toward a new conceptualization of underlying neural circuitry and a road map for future research. The American Journal of Psychiatry, 171(8), 829-843. https://doi.org/10.1176/appi.ajp.2014.13081008

Romero, G. E. (2018). Scientific philosophy. Springer Nature.

Scheid, T. L., & Brown, T. N. (2009). A handbook for the study of mental health: Social contexts, theories, and systems (2da ed.). Cambridge University Press.

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