La diferencia entre psicoterapia y lo que no es psicoterapia: Importancia de una distinción clara
Este artículo explora qué define a la psicoterapia como una práctica basada en evidencia y cómo se diferencia de actividades no terapéuticas. El artículo aborda temas clave como la protección contra pseudoterapias, los efectos medibles de la psicoterapia en el cerebro, y los criterios para identificar prácticas sin respaldo científico, como la terapia Gestalt o el psicoanálisis. Además, enfatiza la importancia de estas distinciones para garantizar tratamientos efectivos, éticos y centrados en las necesidades reales de los pacientes. Una lectura esencial para quienes buscan claridad sobre las intervenciones psicológicas.
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Diego Castañeda - Maestrante en Ciencias del Comportamiento
1/18/20259 min read
La diferencia entre psicoterapia y lo que no es psicoterapia: Importancia de una distinción clara
La psicoterapia es una herramienta fundamental en el tratamiento de problemas psicológicos y de salud mental, pero su definición a menudo se diluye al compararla con actividades que no cumplen con los requisitos técnicos ni los fundamentos teóricos que caracterizan esta práctica basada en evidencia. En este artículo, exploraremos las diferencias entre la psicoterapia y lo que no lo es, así como la importancia de realizar esta distinción para proteger a los usuarios y garantizar la eficacia de los tratamientos.


¿Qué es la psicoterapia?
Según Lee y Hunsley (2015), la psicoterapia es una intervención clínica que integra principios psicológicos establecidos a través de investigaciones científicas rigurosas. Esta práctica se distingue por su carácter sistemático, es decir, se lleva a cabo mediante un enfoque planificado y estructurado que guía cada sesión terapéutica hacia objetivos específicos. Los profesionales que la implementan deben contar con una formación especializada que los capacite para aplicar técnicas basadas en teorías validadas científicamente, como la terapia cognitivo-conductual, las terapias conductuales-contextuales y el análisis de la conducta aplicado.
Estas técnicas están diseñadas para abordar de manera efectiva una amplia variedad de trastornos psicológicos, desde problemas de ansiedad y depresión hasta trastornos como el trastorno obsesivo-compulsivo o el trastorno por estrés postraumático. Por ejemplo, la terapia cognitivo-conductual para la depresión se centra en modificar pensamientos negativos, así como en enseñar habilidades prácticas que promuevan cambios duraderos en el comportamiento y el estado emocional del paciente.
Un aspecto esencial de la psicoterapia es que combina tres pilares fundamentales: la mejor evidencia científica disponible, el juicio clínico del profesional y las características, valores y preferencias del paciente (Cook, Schwartz, & Kaslow, 2017). Este enfoque busca resolver los síntomas y fomentar un vínculo de confianza y colaboración entre el terapeuta y el paciente. Esta alianza terapéutica es crucial, ya que estudios han demostrado que la calidad de esta relación influye significativamente en los resultados del tratamiento.
En contraste, actividades como hablar con amigos, hacer jardinería o practicar yoga pueden proporcionar beneficios emocionales al reducir el estrés y mejorar el bienestar general. Sin embargo, estas actividades carecen del rigor científico y la estructura metodológica que definen a la psicoterapia. No están diseñadas para abordar trastornos psicológicos de manera focalizada ni están respaldadas por un cuerpo teórico que permita predecir y evaluar sus efectos a largo plazo. Aunque pueden complementar el tratamiento psicoterapéutico, no sustituyen la intervención profesional en casos de trastornos clínicos.
Diferenciar claramente entre estas actividades y la psicoterapia es fundamental para que los pacientes puedan acceder al cuidado adecuado y evitar expectativas erróneas sobre los beneficios que pueden obtener de enfoques no terapéuticos.


Importancia de la distinción
Protección contra pseudoterapias: Las prácticas pseudoterapéuticas explotan la vulnerabilidad de las personas, ofreciendo soluciones simplistas y sin respaldo científico. Lee y Hunsley (2015) destacan que estas prácticas pueden ser perjudiciales, retrasando la búsqueda de tratamientos efectivos o exacerbando los problemas existentes. Castelpietra et al. (2020) subrayan que la ambigüedad en las definiciones de psicoterapia también dificulta la identificación de tratamientos eficaces y la evaluación de la asignación de recursos públicos.
Claridad en los resultados: La psicoterapia tiene efectos medibles en la función cerebral. Por ejemplo, Barsaglini et al. (2014) encontraron que, tras la terapia cognitivo-conductual, se observa una normalización en el metabolismo de la corteza prefrontal y el núcleo caudado en pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo. Este nivel de evidencia no está disponible para actividades no terapéuticas, lo que subraya la necesidad de diferenciarlas.
Eficiencia en la asignación de recursos: Cook et al. (2017) señalan que distinguir entre psicoterapia y actividades no terapéuticas permite dirigir los recursos hacia tratamientos efectivos. Esto es particularmente relevante en sistemas de salud con recursos limitados, donde invertir en prácticas sin evidencia puede resultar costoso y contraproducente.
Evitar confusiones en los usuarios: Una charla con amistades puede ofrecer consuelo, pero no reemplaza una intervención estructurada diseñada para abordar problemas psicológicos complejos. La falta de claridad en estas distinciones puede generar expectativas poco realistas y frustración en los usuarios (Nathan & Gorman, 2015). Además, Castelpietra y colaboradores (2020) enfatizan que una definición precisa mejora la comunicación con los pacientes y facilita el acceso a servicios adecuados.
Criterios para identificar pseudociencias y pseudoterapias
Lee y Hunsley (2015) proponen una serie de criterios que permiten diferenciar las pseudociencias y pseudoterapias de las prácticas basadas en evidencia. Estos criterios son fundamentales para proteger a los usuarios y orientar a los profesionales hacia intervenciones respaldadas por datos confiables:
Uso de hipótesis ad hoc: Las pseudoterapias tienden a formular explicaciones adicionales para justificar resultados negativos o la falta de evidencia. Por ejemplo, pueden atribuir el fracaso de un tratamiento a supuesta resistencia del paciente en lugar de considerar la posibilidad de que la técnica carezca de eficacia.
Evidencia anecdótica como principal sustento: Estas prácticas suelen basarse en relatos personales o casos aislados en lugar de respaldarse en estudios controlados, revisados por pares y replicables.
Ausencia de revisión por pares: Las pseudoterapias evitan someter sus afirmaciones al escrutinio crítico de la comunidad científica, publicando sus resultados en foros no académicos o revistas de baja calidad.
Enfoque en confirmar en lugar de refutar: En lugar de buscar evidencia que ponga a prueba sus teorías, las pseudoterapias se enfocan exclusivamente en encontrar ejemplos que las respalden, ignorando pruebas en su contra.
Falta de conexión con investigaciones científicas: Las prácticas pseudocientíficas no están respaldadas por teorías psicológicas aceptadas ni muestran vinculación con avances en investigación básica o aplicada.
Reversión de la carga de la prueba: En lugar de demostrar la eficacia de sus métodos, estas prácticas exigen a los críticos refutar sus afirmaciones, un enfoque contrario al método científico.
El Caso de la “Terapia” Gestalt
Basándose en los criterios propuestos por Lee y Hunsley (2015), la terapia Gestalt puede considerarse una pseudociencia (o pseudoterapia) en varios aspectos:
Hipótesis ad hoc: La terapia Gestalt a menudo atribuye la falta de éxito terapéutico a conceptos subjetivos, como "resistencia emocional" o "bloqueos" del cliente, sin someter estas explicaciones a evaluaciones empíricas rigurosas.
Dependencia de evidencia anecdótica: Gran parte del apoyo a la terapia Gestalt proviene de relatos personales o experiencias subjetivas de los terapeutas, en lugar de estudios controlados o revisados por pares.
Ausencia de revisión rigurosa: Aunque existen publicaciones sobre la terapia Gestalt, muchas de ellas se encuentran en revistas especializadas que no cumplen con los estándares de revisión por pares reconocidos internacionalmente.
Confirmación en lugar de refutación: Este enfoque terapéutico a menudo busca confirmar sus principios subyacentes, como el "aquí y ahora", sin explorar o aceptar evidencia que pueda refutar sus técnicas.
Falta de conexión científica: Conceptos como "autorregulación organísmica" carecen de definiciones operacionales claras que permitan su medición o validación científica.
Reversión de la carga de la prueba: Los defensores de la terapia Gestalt a menudo piden a los críticos demostrar que la terapia no funciona, en lugar de proporcionar pruebas sólidas de su eficacia.
Desconexión con otras ciencias y ausencia de ciencia básica: La terapia Gestalt carece de evidencia que la vincule con hallazgos de otras ciencias relacionadas, como la neurociencia o la psicología experimental. Además, no existen estudios de ciencia básica que expliquen los mecanismos específicos a través de los cuales sus procedimientos producen cambios terapéuticos. Esto limita su integración con otras disciplinas y pone en duda su validez como enfoque científico.
Aunque algunas personas reportan mejoras subjetivas tras recibir terapia Gestalt, estas podrían atribuirse a factores inespecíficos, como la relación terapéutica o el efecto placebo. Por tanto, desde un enfoque basado en evidencia, la terapia Gestalt no cumple con los estándares necesarios para considerarse una práctica científicamente respaldada.


La psicoterapia y su impacto neurobiológico
La psicoterapia tiene un impacto medible y significativo en la función cerebral, lo que la posiciona como una herramienta crucial en el tratamiento de trastornos psicológicos. Según Barsaglini y colaboradores (2014), las intervenciones psicológicas pueden inducir cambios neuroplásticos específicos que contribuyen a la recuperación funcional del cerebro. Estos cambios incluyen la normalización de circuitos fronto-límbicos, que están directamente relacionados con la regulación emocional y la respuesta al estrés en pacientes con depresión. En el caso de los trastornos de ansiedad, la psicoterapia facilita la reorganización funcional de áreas cerebrales involucradas en la percepción del miedo, como la amígdala y la corteza prefrontal.
Estos cambios reducen los síntomas psicológicos, así como también modifican patrones disfuncionales de activación cerebral, promoviendo un mejor equilibrio entre las regiones responsables de las emociones y las funciones ejecutivas. Por ejemplo, la terapia cognitivo-conductual ha demostrado disminuir la hiperactividad de la amígdala en respuesta a estímulos amenazantes y aumentar la actividad de la corteza prefrontal, lo que permite un mayor control cognitivo sobre las respuestas emocionales (Barsaglini et al. 2014).
Adicionalmente, Castelpietra y colaboradores (2020) subrayan que una definición clara de lo que constituye psicoterapia es esencial para diferenciarla de enfoques no terapéuticos, como el apoyo emocional informal o las prácticas sin evidencia científica, como la “terapia” Gestalt o el psicoanálisis. Esta distinción es importante desde una perspectiva conceptual, así como para garantizar que los recursos destinados a la salud mental se utilicen de manera eficiente y en intervenciones que tengan un impacto neurobiológico comprobado. La categorización adecuada de las intervenciones psicoterapéuticas permite a los profesionales y a los sistemas de salud priorizar tratamientos efectivos y basados en evidencia, asegurando beneficios reales para los pacientes y fomentando un mayor entendimiento de los mecanismos neurobiológicos que subyacen en la mejoría clínica.
Además, esta capacidad de la psicoterapia para modificar las estructuras y funciones cerebrales refuerza su importancia como intervención primaria en el tratamiento de trastornos mentales, especialmente cuando se compara con actividades no terapéuticas que, aunque beneficiosas para el bienestar general, carecen de estos efectos específicos. La investigación continua sobre los cambios neurobiológicos inducidos por la psicoterapia podría mejorar su eficacia y facilitar el desarrollo de intervenciones personalizadas que maximicen los resultados para cada paciente.
Consecuencias éticas y profesionales
Cook y colaboradores (2017) y Lee y Hunsley (2015) enfatizan que no diferenciar claramente la psicoterapia de otras actividades puede trivializar el esfuerzo ético y académico que respalda esta disciplina. Además, permite la proliferación de prácticas no reguladas que ponen en riesgo la salud mental de los usuarios. Por otra parte, Castelpietra y colaboradores (2020) señalan que las definiciones ambiguas pueden dificultar la evaluación de la efectividad de los tratamientos y fomentar el uso de técnicas sin respaldo empírico.
Finalmente, una definición clara también fortalece la confianza en los profesionales y promueve una regulación más efectiva. Los organismos profesionales pueden establecer estándares que aseguren que sólo los terapeutas certificados ofrezcan servicios psicoterapéuticos, evitando el intrusismo profesional.
Conclusión
Distinguir entre psicoterapia y lo que no lo es protege a los usuarios de servicios psicológicos y refuerza la credibilidad y eficacia de esta disciplina. La psicoterapia, basada en evidencia y con efectos comprobados en la función cerebral, debe diferenciarse de actividades que, aunque beneficiosas para el bienestar general, no cumplen con los estándares de tratamiento clínico. Este compromiso con la claridad es crucial para garantizar la ética, la seguridad y la eficacia en el cuidado de la salud mental.
Referencias
Barsaglini, A., Sartori, G., Benetti, S., Pettersson-Yeo, W., & Mechelli, A. (2014). The effects of psychotherapy on brain function: A systematic and critical review. Progress in Neurobiology, 114, 1-14. https://doi.org/10.1016/j.pneurobio.2013.10.006
Cook, S. C., Schwartz, A. C., & Kaslow, N. J. (2017). Evidence-based psychotherapy: Advantages and challenges. Neurotherapeutics, 14(3), 537-545. https://doi.org/10.1007/s13311-017-0540-5
Lee, C. M., & Hunsley, J. (2015). Evidence-based practice: Separating science from pseudoscience. Canadian Psychology, 56(2), 131-138. https://doi.org/10.1037/cap0000026
Nathan, P. E., & Gorman, J. M. (2015). A guide to treatments that work. Oxford University Press.
Castelpietra, G., Simon, J., Ruiz Gutiérrez-Colosía, M., Rosenberg, S., & Salvador-Carulla, L. (2020). Disambiguation of psychotherapy: A search for meaning. The British Journal of Psychiatry, 219(5), 532-537. https://doi.org/10.1192/bjp.2020.196


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