Psicología y Psicoterapia Basada en Evidencia. La Ciencia al Servicio del Bienestar Psicológico.

La importancia de promover comportamientos pro-ambientales y sistemas económicos alternativos: Un enfoque basado en evidencia científica

Este artículo analiza cómo los sistemas económicos alternativos y la promoción de comportamientos proambientales pueden abordar la crisis ambiental actual. Basado en evidencia científica, se exploran estrategias como el nudging y el refuerzo de normas sociales para fomentar conductas sostenibles. Además, se critican las limitaciones del capitalismo, destacando cómo su lógica de crecimiento perpetuo agrava las desigualdades ambientales y sociales. Se presentan propuestas como el concepto boliviano de Vivir Bien, la economía solidaria y el decrecimiento, apoyándose en autores como Giorgos Kallis y Jason Hickel, quienes plantean modelos económicos que priorizan el bienestar colectivo y la sostenibilidad ecológica. En conjunto, el artículo invita a replantear la relación entre economía, sociedad y naturaleza hacia un futuro más justo y equilibrado

PSICOLOGÍA CIENTÍFICACIENCIAS DEL COMPORTAMIENTOANÁLISIS DE LA CONDUCTA APLICADOSOCIOLOGÍANATURALEZACONDUCTAS PRO-AMBIENTALES

Diego Alberto Castañeda de la Madrid - Maestrante en Ciencias del Comportamiento

1/28/202511 min read

La importancia de promover comportamientos pro-ambientales y sistemas económicos alternativos: Un enfoque basado en evidencia científica

La crisis ambiental que enfrentamos actualmente no puede entenderse sin abordar las conductas humanas y los sistemas económicos que las moldean. Las actividades humanas, desde el consumo excesivo de recursos hasta la generación de desechos y la dependencia de combustibles fósiles, han generado impactos profundos en el equilibrio ecológico, incluyendo el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de ecosistemas. En este contexto, fomentar conductas proambientales se convierte en un imperativo para reducir nuestra huella ecológica y mitigar las consecuencias de estas crisis.

Promover comportamientos pro-ambientales contribuye a la sostenibilidad del planeta, así como también ayuda a crear sociedades más equitativas. Cambios individuales, como reducir el consumo de plásticos, adoptar dietas más sostenibles o ahorrar energía, pueden multiplicarse cuando se implementan en comunidades, generando un efecto colectivo significativo. Sin embargo, para lograr transformaciones a gran escala, es esencial que estas acciones se complementen con intervenciones estructurales y políticas públicas que incentiven y refuercen estas prácticas.

El reto de fomentar conductas proambientales también radica en superar barreras psicológicas, sociales y económicas que pueden inhibir estos cambios (Byerly et al., 2018). Muchas veces, las personas subestiman la gravedad de los problemas ambientales o perciben que sus esfuerzos individuales tienen un impacto limitado (Hsia et al., 2024). Aquí es donde estrategias basadas en la ciencia del comportamiento, como el "nudging" o los incentivos sociales, pueden ser determinantes (Byerly et al., 2018). Por ejemplo, hacer visibles las normas sociales relacionadas con el reciclaje o el ahorro de energía puede motivar a las personas a adoptar estas prácticas al percibirlas como conductas comunes y deseables en su entorno (Byerly et al., 2018; Schroeder et al., 2004).

Este artículo explora estrategias basadas en evidencia para fomentar comportamientos ambientales positivos y la necesidad de sistemas económicos alternativos, considerando cómo el capitalismo en su forma actual exacerba las desigualdades ambientales. Si bien las acciones individuales son cruciales, la transformación hacia una sociedad sostenible también exige reconfigurar las estructuras económicas que priorizan el beneficio y el crecimiento ilimitado por encima del bienestar ambiental y social. Al replantear nuestros sistemas de producción y consumo, y al promover un modelo económico que valore la naturaleza y las relaciones humanas por encima de la acumulación de riqueza, es posible avanzar hacia un futuro más justo y sustentable para todas las formas de vida.

Promoción de comportamientos proambientales: Estrategias basadas en ciencia del comportamiento

La evidencia muestra que los contextos en los que las personas toman decisiones son determinantes para fomentar comportamientos ambientales positivos. Estrategias como el "nudging" han demostrado ser efectivas. Byerly y colaboradores (2018) analizaron intervenciones contextuales como establecer compromisos, normas sociales y recordatorios, encontrando que estos enfoques pueden mejorar conductas como el ahorro de agua, la reducción del consumo de carne y la gestión de residuos. Por ejemplo, compromisos públicos y la comunicación de normas sociales relacionadas con la conservación del agua lograron reducciones significativas en el consumo de recursos naturales (Byerly et al., 2018). Además, modificar las opciones predeterminadas, como establecer menús vegetarianos por defecto en cafeterías, puede aumentar significativamente la elección de opciones más sostenibles y que representan un menor impacto ambiental (Byerly et al., 2018).

La exposición a entornos naturales también puede ser una herramienta poderosa para motivar comportamientos proambientales. Hsia y colaboradores (2024) demostraron que la exposición a paisajes naturales reduce la tendencia a descontar beneficios futuros, fomentando decisiones que priorizan la sostenibilidad a largo plazo. El descuento temporal es un concepto de la economía conductual que se refiere a la tendencia de las personas a valorar menos las recompensas o beneficios que se obtendrán en el futuro en comparación con los beneficios inmediatos (Frederick et al., 2002). En el contexto ambiental, esto significa que muchas personas prefieren satisfacer necesidades inmediatas, como consumir energía de manera intensiva o evitar el esfuerzo de reciclar, en lugar de tomar acciones cuyos beneficios se reflejarán a largo plazo, como mitigar el cambio climático o preservar los ecosistemas.

En un experimento, Hsia y colaboradores (2024) encontraron que los participantes expuestos a escenas naturales mostraron una reducción en esta tendencia al descuento temporal. Esto se tradujo en una mayor disposición a adoptar comportamientos ambientales, como ajustar el aire acondicionado para ahorrar energía y participar en actividades comunitarias relacionadas con la protección ambiental. La conexión con la naturaleza parece aumentar la capacidad de las personas para valorar los beneficios futuros, reforzando la importancia de tomar decisiones sostenibles en el presente. Este hallazgo subraya la importancia de integrar espacios verdes en entornos urbanos y educativos, ya que no sólo promueven la conexión emocional con el entorno natural, sino que también pueden influir en la forma en que las personas priorizan las acciones sostenibles en su vida diaria.

Además, las intervenciones educativas, aunque menos efectivas en comparación con otras estrategias, pueden potenciarse al combinarse con elementos contextuales. Por ejemplo, los boletines informativos son una herramienta utilizada para difundir información y motivar acciones específicas mediante el envío periódico de mensajes escritos. En el estudio de Schroeder y colaboradores (2004), estos boletines se diseñaron cuidadosamente para incluir contenido relevante sobre la calidad del agua costera, destacando las consecuencias económicas, turísticas y de salud de la contaminación. Además, proporcionaban recursos prácticos, como las direcciones y números de contacto de representantes políticos y organizaciones ambientales, y modelos de cartas que los participantes podían enviar para expresar sus inquietudes o sugerir acciones concretas. Este diseño buscaba facilitar la participación activa al reducir las barreras logísticas y cognitivas para actuar.

Los resultados mostraron que los participantes que recibieron los boletines informativos realizaron contactos con representantes políticos cinco veces más que aquellos en el grupo de control, lo que resalta la efectividad de este enfoque para fomentar acciones políticas proambientales. Este tipo de intervención puede complementarse con incentivos sociales y económicos, aumentando su impacto al reforzar el mensaje educativo con herramientas prácticas que empoderen a las personas para tomar acción. Así, los boletines informativos se convierten en un medio de comunicación y de movilización hacia conductas más sostenibles.

Por otro lado, el refuerzo de normas sociales desempeña un papel crucial en la promoción de conductas proambientales. Según Byerly et al. (2018), las personas son más propensas a adoptar comportamientos sostenibles cuando perciben que sus pares también los practican. La implementación de estrategias como retroalimentación comparativa (por ejemplo, informar a los hogares sobre su consumo de energía en comparación con sus vecinos) ha mostrado resultados prometedores en la reducción del uso de recursos. De manera similar, campañas que resalten comportamientos positivos dentro de una comunidad, como la participación en programas de reciclaje, pueden generar efectos de contagio que incrementen la adopción de estas conductas (Byerly et al., 2018).

Finalmente, combinar estas estrategias en intervenciones integrales que aborden tanto factores contextuales como educativos puede maximizar su efectividad. Por ejemplo, el diseño de programas comunitarios que incluyan elementos de educación ambiental, compromiso público y refuerzo de normas sociales puede generar cambios sostenibles a largo plazo en el comportamiento de las personas y las comunidades (Schroeder et al., 2004; Byerly et al., 2018). En este sentido, las herramientas basadas en ciencia del comportamiento ofrecen un enfoque eficaz para enfrentar los desafíos ambientales actuales, promoviendo la transición hacia un modelo de vida más sostenible y equilibrado.

Crítica al capitalismo y su relación con la crisis ambiental

El capitalismo, en su forma actual, está intrínsecamente vinculado a la crisis ambiental debido a su necesidad de crecimiento continuo y acumulación de riqueza. Bell (2015) argumenta que los mecanismos del capitalismo exacerban las desigualdades ambientales al priorizar el beneficio económico sobre el bienestar social y ecológico. Esta dinámica se observa en la explotación intensiva de recursos naturales, el despojo de tierras a comunidades indígenas y la contaminación ambiental, prácticas que afectan desproporcionadamente a los grupos más vulnerables. La lógica del crecimiento perpetuo no sólo ignora los límites biofísicos del planeta, sino que también consolida estructuras de poder y riqueza que dificultan la adopción de modelos más sostenibles (Bell, 2015).

Las prácticas capitalistas generan desigualdades en la distribución de los recursos ambientales. Por ejemplo, el acceso al agua potable y al aire limpio es frecuentemente limitado para comunidades de bajos ingresos que viven cerca de instalaciones industriales altamente contaminantes. Estas comunidades, a menudo marginadas social y económicamente, soportan la carga de los costos ambientales mientras que los beneficios económicos se concentran en manos de las élites. Este patrón de injusticia ambiental es una consecuencia directa de un sistema que privilegia la acumulación de capital sobre el bienestar colectivo (Bell, 2015).

El concepto de "desarrollo sostenible", promovido por instituciones internacionales, también ha sido criticado por estar alineado con los intereses del capital. Spash (2022) señala que iniciativas como los bonos verdes, los bancos de biodiversidad y los mecanismos de compensación ambiental convierten a la naturaleza en un activo financiero. Estas herramientas de mercado, diseñadas para integrar la sostenibilidad en las economías capitalistas, a menudo terminan perpetuando la explotación de los recursos naturales al tratarlos como bienes comerciables en lugar de elementos esenciales para la vida. Por ejemplo, los sistemas de compensación de carbono permiten a las grandes corporaciones continuar emitiendo gases de efecto invernadero mientras compran créditos que supuestamente equilibran sus impactos, sin abordar las causas subyacentes de la crisis climática (Spash, 2022).

Además, el capitalismo fomenta un paradigma consumista que impulsa el crecimiento económico mediante la producción constante de bienes, a menudo diseñados para una obsolescencia programada. Este modelo no sólo genera un flujo continuo de desechos y contaminación, sino que también refuerza la idea de que el éxito y el bienestar están intrínsecamente ligados al consumo de recursos. Esto contrasta con perspectivas más sostenibles que abogan por una economía de suficiencia y decrecimiento, donde las necesidades humanas se satisfacen sin comprometer los sistemas ecológicos.

Para enfrentar la crisis ambiental, es necesario cuestionar las bases estructurales del capitalismo. Modelos alternativos, como los basados en economías solidarias, redistribución de riqueza y el respeto a los límites planetarios, ofrecen una vía para priorizar el bienestar humano y ecológico por encima de la acumulación de capital. Bell (2015) y Spash (2022) coinciden en que cualquier solución real a la crisis ambiental debe desafiar el marco económico existente, reconociendo que la lógica capitalista es incompatible con la sostenibilidad a largo plazo. Sin un cambio estructural, las estrategias actuales corren el riesgo de ser meros paliativos que no abordan las causas profundas de la crisis.

Hacia sistemas económicos alternativos

Los sistemas económicos alternativos ofrecen una vía para abordar las desigualdades ambientales y promover la justicia ecológica. Estos sistemas buscan replantear las prioridades económicas, dejando de lado la acumulación de riqueza y el crecimiento ilimitado como objetivos principales, para centrarse en el bienestar colectivo y la preservación de los ecosistemas. Ejemplos como el concepto boliviano de Vivir Bien (Sumak Kawsay en quechua) demuestran que es posible implementar modelos económicos que prioricen el bienestar humano y la armonía con la naturaleza. Este paradigma, basado en cosmovisiones indígenas, promueve una relación respetuosa con el entorno natural y rechaza las dinámicas de explotación y consumo excesivo típicas del capitalismo (Bell, 2015).

El modelo de Vivir Bien no solo enfatiza la sostenibilidad ecológica, sino también la equidad social, garantizando que los recursos naturales sean gestionados de forma comunitaria y que los beneficios sean distribuidos de manera justa. Por ejemplo, Bolivia ha integrado este enfoque en su Constitución, reconociendo los derechos de la naturaleza y limitando ciertas prácticas extractivistas en función de sus impactos ambientales y sociales. Aunque enfrenta desafíos en su implementación, este modelo subraya la posibilidad de construir economías que no dependan exclusivamente del mercado global, sino que valoren la autosuficiencia, la cooperación y el respeto por los ciclos naturales (Bell, 2015).

En el campo académico, autores como Giorgos Kallis y Jason Hickel han desarrollado investigaciones que respaldan el concepto de decrecimiento como una alternativa viable al modelo económico actual. El decrecimiento, basado en una reducción planificada del uso de recursos y de la producción en las economías más industrializadas, busca respetar los límites biofísicos del planeta al tiempo que garantiza una distribución equitativa de los recursos. Kallis (2018) argumenta que el decrecimiento no implica una disminución en el bienestar, sino una transición hacia estilos de vida más simples, donde la calidad de vida se priorice sobre el consumo material. Por su parte, Hickel (2020) enfatiza que un modelo de decrecimiento debe estar acompañado de políticas como la redistribución de la riqueza, la reducción de la jornada laboral y el fortalecimiento de bienes comunes, como la educación y la sanidad pública.

Asimismo, la economía solidaria ofrece un marco práctico para avanzar hacia sistemas más equitativos. Basada en principios de cooperación, justicia y sostenibilidad, este modelo se centra en prácticas como las cooperativas, el comercio justo y la banca ética. Estas iniciativas buscan empoderar a las comunidades locales, permitiendo que sean protagonistas en la gestión de sus recursos y en la toma de decisiones económicas. La economía solidaria también promueve modelos de producción que respetan los derechos laborales y minimizan los impactos ambientales, demostrando que es posible compatibilizar las necesidades humanas con los límites ecológicos.

Bell (2015) destaca que estos modelos permiten decisiones políticas y sociales basadas en la equidad y sostenibilidad, rompiendo con la lógica del crecimiento capitalista. Sin embargo, para que estas alternativas sean viables, es fundamental generar un cambio cultural y político que revalorice la solidaridad, la cooperación y la suficiencia como principios rectores. Este cambio requiere el fortalecimiento de movimientos sociales y la implementación de políticas públicas que prioricen el bienestar ecológico y social sobre los intereses corporativos.

En definitiva, los sistemas económicos alternativos ofrecen soluciones prácticas a la crisis ambiental e invitan a imaginar un mundo donde la economía esté al servicio de la vida. Estos enfoques nos recuerdan que es posible construir sociedades más justas y sostenibles, siempre y cuando se reconozca la interdependencia entre los seres humanos y el planeta.

Conclusión: La interacción entre ciencia del comportamiento y cambio estructural

Promover comportamientos proambientales y adoptar sistemas económicos alternativos no son estrategias mutuamente excluyentes, sino complementarias. La implementación de intervenciones basadas en ciencia del comportamiento puede generar cambios inmediatos en las conductas individuales y colectivas, mientras que la transición hacia sistemas económicos más justos aborda las causas estructurales de la crisis ambiental. Para lograr una verdadera sostenibilidad, necesitamos integrar estrategias a corto plazo con transformaciones de largo plazo que prioricen el bienestar humano y ecológico por encima de los intereses del capital.

Referencias

Bell, K. (2015). Can the capitalist economic system deliver environmental justice? Environmental Research Letters, 10(12), 125017. https://doi.org/10.1088/1748-9326/10/12/125017

Byerly, H., Balmford, A., Ferraro, P. J., et al. (2018). Nudging pro-environmental behavior: Evidence and opportunities. Frontiers in Ecology and the Environment, 16(3), 159–168. https://doi.org/10.1002/fee.1777

Hickel, J. (2020). Less is More: How Degrowth Will Save the World. London: William Heinemann.

Hsia, P.-C., Chang, Y.-C., & Chiou, W.-B. (2024). Exposure to nature can promote pro-environmental behavior: Mediating role of temporal discounting. Analyses of Social Issues and Public Policy, 25(1), e12442. https://doi.org/10.1111/asap.12442

Kallis, G. (2018). Degrowth. Newcastle upon Tyne: Agenda Publishing.

Schroeder, S. T., Hovell, M. F., Kolody, B., & Elder, J. P. (2004). Use of newsletters to promote environmental political action: An experimental analysis. Journal of Applied Behavior Analysis, 37(3), 427–429. https://doi.org/10.1901/jaba.2004.37-427

Spash, C. L. (2022). Conservation in conflict: Corporations, capitalism, and sustainable development. Biological Conservation, 269, 109528. https://doi.org/10.1016/j.biocon.2022.109528

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